La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos.- Tales de Mileto

Envuelto en el fuego tranquilo de su túnica roja, el hombre se sienta como una llama que no arde, como un río que no corre pero fluye. Sus ojos cerrados no niegan el mundo, lo contienen. Allí, en el borde áspero de la piedra y bajo el sol que cae sin juicio, su alma danza en silencio con el infinito de la inmensa urbe.
La quietud de su cuerpo es un templo, y en su centro, el pensamiento respira. No piensa como piensan los hombres que corren tras el tiempo; piensa como piensa la tierra cuando germina, como sueña el viento cuando se detiene en los árboles. Su meditación no busca respuestas, porque ha comprendido que el misterio no se resuelve, se habita.
Y mientras el mundo gira veloz, él se hace centro. No porque esté en el medio del mundo, sino porque ha hecho del instante su morada.
Allí, sin palabras, sin movimiento,
el pensamiento se vuelve silencio,
y en el silencio…
la verdad se deja oír.

La antigua danza del yin y el yang, no como símbolos enfrentados, sino como amantes eternos que giran uno dentro del otro. Su quietud es yin: la sombra fértil, la cueva donde nace el eco.
Su presencia es yang: la luz que no enceguece, el fuego que acaricia. No elige entre uno u otro; es el punto donde ambos se disuelven en uno solo.
